¿Poder es deber?

Queremos vivir.  Es verdad.   Tenemos la imperiosa necesidad de vivir y, claro, si es vivir bien, mejor.   Alimentación

Células Madres

Células Madres

sana, ejercicio, una copita de vino al día… en fin, varias son las recetas que nos ayudarían a vivir más y mejor.   El problema, me parece, es cuando vivir más y mejor se quiere lograr a toda costa, aún cuando sea la vida de otros. Salvar la vida de alguien a costa de matar a uno, diez o cientos, poder mejorar la audición investigando con células madres obtenidas de embrioneso o elegir a un hijo para que pueda salvar a otro, buenísimo son posibilidades  que surgen (y cuántas más han de surgir).

La pregunta ante estos temas morales (y ante, me atrevo a decir, todos los dilemas morales) es «¿debemos hacerlo?.   La ciencia, algo tan abstracto como la ciencia, nos dice cada día que si podemos hacerlo, se debe hacer.   Este acto de pensar que poder es deber se me antoja, por lo menos, peligroso.   Poner en las manos de la señora ciencia la posibilidad de decidir que se debe hacer puede terminar en que el ser humano se deshaga de la responsabilidad de decidir y de las consecuencias de los actos.   Si no ponemos atención en esto, quién sabe cuántas cosas nos permitiremos.

Hacia un Ética de la Proximidad (V)

EREC y Ética de la Proximidad

Él ámbito escolar es el lugar en que la sociedad forma a sus ciudadanos en aquello que desea perpetuar.   En el ámbito moral, resulta claro que nuestra sociedad se encuentra profundamente marcada por la fe cristiana.   La EREC aparece, entonces, como instancia privilegiada para poder mantener la profundidad de la cultura moral de nuestro país.

Al respecto, una educación moral basada en la Ética de la Proximidad es una alternativa interesante de poder llevar a cabo.    ¿Cómo puede llevarse a cabo la presencia de una Ética de la Proximidad en la EREC?

Primero que todo, la Ética de la Proximidad es profundamente humana.   Su origen es teológico, pero su aparición es a partir del actuar humano, lo cual permite que sus alcances sean más amplios que sólo el mundo cristiano.   Hecho este alcance, su realización en el plano de la EREC debe partir por afirmar su carácter antropológico[1].

Dar a conocer los fundamentos de esta ética debe considerar no volverlo un aprendizaje de elementos teóricos, sino, por el contrario, deben estar encarnados en la realidad de la experiencia infanto-juvenil.  La Ética de la Proximidad es una ética que parte de lo próximo y de lo que le acontece al próximo.  Por lo tanto, es una Ética que considera la realidad de las personas y aquellas particularidades que inciden en su actuar.

Si bien lo anterior es necesario, no se debe olvidar que la experiencia humana se encuentra profundamente marcada por la presencia de Dios.   Por lo mismo, se debe considerar que si bien es importante la proximidad inmediata de cada uno, ésta no reduce su realización como persona, sino que se encuentra relacionada con el carácter trascendente de la humanidad en general y en particular.

Por todo lo anterior, formar una Ética de la Proximidad en los estudiantes debe ser un proceso en que los jóvenes se sientan interpelados y llamados a llevar a la práctica sus ideales.   Se requiere, entonces, de profesores preparados para leer los signos de los tiempos y su lenguaje, de tal forma que acerquen al joven a la realidad, invitándole a dejarse guiar por las  palabras de la Parábola del Buen Samaritano.

Conclusiones

En conclusión, la Conciencia, sagrario del hombre y de la mujer, es el lugar en que la Verdad se hace presente en la libertad del ser humano.   Este lugar es inviolable y posee primacía por sobre la autoridad.   De igual forma, esta puede ser desarrollada a medida que la persona va creciendo.   La teoría de Gilligan supone un avance hacia el respeto de las características morales propias de la mujer, las cuales pueden ser de gran ayuda al momento de realizar la dialéctica praxis creativa-verdad revelada.   A tal respecto, y basado en la parábola del buen samaritano, se propone una ética de la proximidad que permita el desarrollo de la conciencia individual y la presencia de la Verdad del Dios de Jesucristo.

Esta Ética puede ser utilizada en el aula de clases, ayudando a los jóvenes a decidir en conciencia y libertad, siguiendo las características de una fe basada en Cristo y el amor al prójimo y a los enemigos.


[1] El presente trabajo no pretende presentar un listado de actividades a desarrollar en el aula, sino sólo expresar pautas o elementos interesantes a tratar en la misma.

Hacia una Ética de la Proximidad (IV)

Ética de la Proximidad

Anteriormente se señaló que el reunir una práctica creativa con la verdad revelada puede permitir coincidir la conciencia, la libertad y la Verdad.   Ahora bien, la Ética del Cuidado es una instancia en la cual se puede desarrollar la conciencia personal y la libertad de acción.

Ahora, la preocupación de la teología moral cristiana por la Verdad como fuente lleva a plantearnos las limitantes que tiene una visión no trascendente de la actividad humana.   La Ética del Cuidado, por ende, presenta la necesidad de la inclusión del dato de la fe para poder ser incluida en el plano de la EREC.   ¿Desde dónde obtener este elemento teológico? En la parábola del buen samaritano podemos encontrar una guía y referente con un claro ejemplo de una ética del cuidado.     En ella se  observa cómo el cuidado puesto por el samaritano es manifiesto de una preocupación por el otro.   Por esto es que propongo una Ética de la Proximidad, es decir, una ética basada en el amor al prójimo y la preocupación por él, tomando como base el texto del Buen Samaritano, presente en Lc 10, 25 – 37[1].

¿Cuáles son las características que debe tener esta Ética de la Proximidad? El texto del Buen Samaritano nos otorga las respuestas a esta interrogante.

La Ética de la Proximidad se basa en la responsabilidad hacia otro que no es sólo un otro y el correspondiente cuidado por encima de los legalismos y el derecho.    Al respecto, la opción del samaritano por ayudar a un desconocido[2] y todo el esmero y cuidado que puso sobre su persona no es sino la confirmación de que el actuar cristiano es un actuar de acogida hacia el más necesitado.    Este acto de acogida, de respeto, de ayuda, en definitiva, este acto moral, no responde a un imperativo legalista de tipo positivo.   Muy por el contrario, amar al prójimo se funda en el carácter de hijos de Dios que todos poseemos (v. 31-33).

La Ética de la Proximidad también se basa en el respeto a la diversidad de los seres humanos, no importando su origen, credo, familia, etc.   Otra de sus características es la Constancia: el texto nos indica que el samaritano, al llegar a la posada, decide personalmente hacerse cargo del cuidado de hombre herido (v. 34).    La ayuda al el otro no se agota en un acto particular, sino que se extiende hasta lograr el bien completo de la persona

Una Ética de la Proximidad no se basa en el intercambio de dinero.   Es más, no se basa en un intercambio de ningún tipo.   Su valor se encuentra en la entrega desinteresada que pone a la persona por sobre el beneficio propio (v. 35).   Este carácter desinteresado es el que propicia que la entrega sea posible a toda persona.

La compasión es una actitud propia de la ética que estamos analizando.   Compasión hace referencia a un sentirse ligado a la persona que sufre.   No es tener lástima, la cual implica una no-relación, pues no alcanza a salir de sí mismo.

Otra de las características es la libertad para poder decidir si actuar de tal o cual manera.   Optar por cuidar de un desconocido lleva implícita la posibilidad de que aquel que es ayudado pueda ser un enemigo y, por ende, está la posibilidad de no hacerlo.   Acá resuena la voz de Jesús llamando al amor a los enemigos (Mt 5, 43-44).

La Ética de la Proximidad es una Ética del Cuidado.   Es una ética que sobrepasa las barreras del deber hacer hacia el querer hacer.   Es una ética que pone en primer lugar el deseo del corazón del ser humano.

La Ética de la Proximidad llama a que se realice con otros (v. 35).   No es un comportamiento aislado del cual sólo yo me ocupo, sino que por el contrario asume que la responsabilidad es conjunta de toda la humanidad.   Es una Ética que asume las cargas del otro y ayuda a sobrellevarlas (V. 34)

En resumen, la Ética de la Proximidad se caracteriza por la responsabilidad para con el bienestar de otro, que no busca actuar de manera legalista o establecida positivamente.  Se basa en el respeto a la diversidad;  sus actos son constantes y no se basa en ningún tipo de intercambio.   Acepta la compasión pues se conecta con el sufrimiento humano.   Responde a una actitud libre y soberana del ser humano.  Pone énfasis en el cuidado del prójimo, basándose en el querer hacer.  En último lugar, es comunitaria, no individual.

Para finalizar, indicar algo sumamente importante.   La Ética de la Proximidad busca que la persona sea consciente de sus decisiones y esté abierto a la escucha de la Palabra.


[1] Es posible encontrar una Ética de la Proximidad en los trabajos de Humberto Giannini.   Para poder entender qué este concepto para el autor, recomiendo la lectura  de «Ética de la Proximidad», del mismo autor (Giannini)

[2] ¿Cómo puede ser descubierto el origen de la persona, si ha sido asaltado y le han despojado de sus ropas?

Hacia una Ética de la Proximidad (III)

Desarrollo Moral y Ética del Cuidado

Hasta el momento hemos visto que la dialéctica de la praxis creativa y la verdad revelada nos permitiría llegar a discernir en conciencia el bien deseado por Dios.   Por lo tanto, y siguiendo a Mifsud, se requiere superar la vivencia de la conciencia moral en términos de:

a)      Una connotación caracterizada por lo negativo y lo prohibitivo, imagen de un Dios castigador en vez del Dios de Jesucristo como Padre preocupado por nuestra rehabilitación y la conversión.

b)      Una copia acrítica de la cultura o de la sociedad, negadora de la libertad humana.

c)      Una simple aplicación mecánica de leyes universales a las situaciones concretas.

Dejar de lado estos elementos implica una madurez de la conciencia moral por parte de quienes deseen realizarlo.   Al respecto, resulta importante preguntarse por el desarrollo (de la conciencia) moral que puede alcanzar una persona.

«La inquietud por lo moral, por la génesis y evolución del pensamiento moral, empieza a tener un auge creciente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y a partir de ese instante se convierte en objeto de reflexión e indagación permanente» (Bonilla, 2005, p.5)[1]

Una de las investigaciones más influyentes es la realizada por Kohlberg.   Este autor propone, a partir del trabajo de Piaget, «un modelo evolutivo del desarrollo moral que enfatiza la dimensión cognitiva» (Rodríguez & Díaz, 2005, p.252)[2], de manera que todos los individuos atraviesan por una serie de tres niveles prefijados o estadios y a cada uno de estos niveles los caracteriza con dos  componentes básicos: la forma en que se define que está bien y las razones para actuar bien.   La importancia del trabajo de Kohlberg ha resultado crucial y ha sido utilizado profusamente en las investigaciones y trabajos relativos al desarrollo moral.   Pero más allá de las características del trabajo de Kohlberg, deseo detenerme en Carol Gilligan y su trabajo sobre la ética del cuidado.

Para esta autora, discípula de Kohlberg, el trabajo de su maestro adolece de ciertos problemas.   Según Gilligan, la obra de Kohlberg expresa una visión masculina del desarrollo moral.  Señaló igualmente que las mujeres siguen un modelo de desarrollo moral distinto al del hombre, expresadas en los resultados del trabajo de Kohlberg.  Las categorías morales femeninas son diferentes a las masculinas en cuanto las primeras responden a variables de índole afectivo y afiliativo, ligadas a relaciones concretas y al contexto.   La moralidad femenina, siguiendo esta línea, se encuentra establecida más en términos de responsabilidad que de deberes legales.   En el caso de la mujer, las problemáticas morales surgen a partir de las responsabilidades y no, como ocurre en el caso de los hombres, de derechos en competencia.

En atención a esto «Gilligan encontró que, predominantemente, la voz de los hombres se centraba más en los derechos y la igualdad, y la voz de las mujeres se dirigía más a las relaciones, la atención y el cuidado.» (Santacruz, p. 2).   Siguiendo esta idea, llama a la ética masculina una Ética de la Justicia y a la femenina Ética del Cuidado.

La Ética del Cuidado es una ética basada en el respeto y la preocupación por el otro.  En términos generales[3] la ética del cuidado es una ética que se basa en el mundo de relaciones que se viven en el mundo, en la convivencia que día a día se origina.   Este tipo de ética supone que una mujer puede cambiar las reglas para mantener las relaciones pues lo más importante no es conseguir que se cumpla el derecho, sino la supervivencia de las relaciones.

La manera como las mujeres enfrentan sus elecciones indica la presencia de un lenguaje moral diferente, el cual permite la evolución y nos muestra el desarrollo de su pensamiento moral. Al respecto, se establecen tres momentos, los cuales se relacionan con el valor del yo en relación con los demás, y la aceptación del poder de elegir y la responsabilidad de la misma:

a)      Transición de egoísmo a responsabilidad

b)      Transición de bondad a verdad

c)      Transición de feminidad a adultez (Santacruz, p.6)

El primer momento pone de manifiesto un cambio notable en la manera de pensar: pasar de una reflexión egoísta a una nueva comprensión de las relaciones, en la cual existe una conexión con el otro, lleva a desarrollar el concepto de responsabilidad.    En el segundo momento se pasa de una actitud centrada en el bien del en exclusiva del otro a un reconocimiento del propio valor y sus derechos.   Finalmente, en tercer lugar se entiende la diferencia entre cuidar y complacer, asumiendo la importancia del cuidado tanto del otro como el personal con base en la responsabilidad.

Esta visión no masculina de la ética permite reconocer el valor del cuidado y de la responsabilidad hacia el otro, con sus características, premisas y particularidades sin olvidar la propia persona.   En un mundo gobernado por hombres, la posibilidad de abrirse a una ética femenina basada en la convivencia y la preocupación por el otro puede hacer creer las oportunidades de una mejor relación entre los diferentes componentes de la sociedad.

Por lo pronto, el desarrollo moral femenino posee una gran riqueza que puede ser aprovechada para reconfigurar la forma de pensar la sociedad y de cómo establecer la relación entre libertad, conciencia y desarrollo moral, y, centrándose en el objetivo de este trabajo, especialmente en el aula de clases.


[1] El tema del desarrollo moral no es un asunto netamente religioso, sino, muy por el contrario, la investigación teológica ha bebido a partir de ella para avanzar en su labor.

[2] El carácter cognitivo de los cambios se debe a que los cambios más importantes que se observan en la infancia con se índole cognitivo.

[3] Bastante generales, se debe reconocer.

Hacia una Ética de la Proximidad (II)

Ama et quod vis fac

La hermosa frase de Agustín de Hipona “ama et quod vis fac”[1] nos abre las puertas para ingresar al problema en torno al actuar del ser humano y su relación con la libertad que le es propia. Pues bien, “la relación que hay entre libertad del hombre y ley de Dios tiene su base en el corazón de la persona, o sea, en su conciencia moral” (VS 54)

Anteriormente se señaló que el traspaso desde el campo de la autoridad a la de la conciencia individual puede llevar hacia un subjetivismo exagerado. Joseph Ratzinger expresa que “la reducción de la conciencia a la certidumbre subjetiva significa al mismo tiempo la renuncia a la verdad” (Ratzinger, 2005, p.141), es decir, situar en la conciencia el locus a partir del cual cada individuo genera su verdad lleva invariablemente a negar el valor fundamental de la Verdad del Dios de Jesucristo para la experiencia humana.

El juicio de la conciencia posee un carácter de índole imperativo (VS 60), imponiendo al ser humano a realizar un determinado acto. Pero al mismo tiempo, este juicio, que es de tipo práctico, manifiesta el vínculo de la libertad con la verdad, de forma que la primera se encuentra marcada por la búsqueda de la segunda; la libertad se transforma, en definitiva, en testimonio de la verdad.

Al respecto, el desafío consiste en conjugar la libertad de la conciencia con la existencia de la Verdad. Podemos hacer lo que queramos, siempre que el amor este como condición, nos dice Agustín de Hipona. Este hacer lo que queramos supone la existencia de la libertad y ésta de la conciencia para decidir qué es bueno y que es malo. Para John Henry Newman (Ratzinger, 2005, 141) la verdad se encuentra por sobre la bondad o, dicho de otra forma, la primacía de la verdad por sobre el consenso, por lo que el hacer lo que se ama (lo que es bueno) supone que el individuo se ha acercado a conocer la verdad.

Pero visto desde otra perspectiva, el hecho de actuar de acuerdo a la conciencia abre las puertas para conocer la verdad, pues la conciencia actúa guiada por la ley natural que procede de Dios. Sería, pues, el actuar el que daría la razón o no de acuerdo a los actos que se vayan sucediendo. Eduardo López señala al respecto (López, 2003, p.188) que la verdad de una acción no se descubre únicamente en su formulación abstracta. Por ende, el carácter de bueno de un acto puede descubrirse a partir de las mismas consecuencias de lo realizado y, por ende, a partir de praxis cristiana de toda la comunidad.

En consecuencia, amar y hacer lo que se quiere implica dejarse guiar la libertad por la Verdad de Dios, verdad que se encuentra dentro de cada ser humano. Y, al mismo tiempo, abrirse a las expresiones particulares que se materializan en cada hombre y mujer de aquella ley. Esta dialéctica entre una praxis creativa y una verdad revelada[2] debería ser la fuente a partir de la cual la Iglesia descubra las vías que permitan alumbrar la conciencia de cada cristiano y, por extensión filial, a los hombres de buena voluntad. He aquí, a mi modo de entender, la fuente de la Teología Moral.


[1] “Ama y haz lo que quieras”.

[2] Utilizo verdad revelada para referirme a la ley inscrita en cada ser humano. La aparente antinomia entre revelación e inscripción, a mi juicio, no es tal. Si bien existe una ley que tenemos inscrita, aquella se nos va revelando o descubriendo.

Hacia una Ética de la Proximidad (1)

En las siguientes semanas me propongo presentar un pequeño trabajo sobre lo que he llamado Ética de la Proximidad.   En él abordo el problema de la Conciencia y de cómo se conecta con la libertad, la Ley Natural, el Desarrollo Moral y, finalmente, con la propuesta anteriormente indicada.   Espero Recibir sus comentarios:

Introducción

¿Cómo debe actuar el ser humano? ¿Qué es su conciencia? ¿Cómo se relaciona esta con la libertad? ¿Se encuentra el ser humano supeditado a alguna norma universal o es su propia fuente de moralidad? ¿Se puede proponer alguna medida para guiar la situación moral del ser humano?

Conciencia y Ley Natural.

Como primera etapa para poder acercarnos al problema en cuestión se requiere establecer qué se quiere expresar al hablar de conciencia. Al respecto, la literatura es abundante y los puntos de vista muy diversos. Según Ratzinger, en el debate actual sobre la moralidad, “la cuestión de la conciencia se ha convertido en el punto crucial de la discusión” (Ratzinger, 2005, p.135). La importancia de la conciencia y su función en el desarrollo moral es un fenómeno universal, es decir, que se hace presente en todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad (López, p.178). En la actualidad, la discusión al respecto se centra alrededor de los conceptos de libertad y norma, de autonomía y heteronomía, de autodeterminación y de determinación desde el exterior mediante la autoridad (Ratzinger, 2005, p.135).

Cuando se habla de la conciencia, en términos generales, se refiere al juicio anterior o posterior que se realiza ante cualquier acción. La función moral de la conciencia se observa, en consecuencia, en este carácter precedente (de decisión) y posterior (de análisis y aprobación o rechazo) ante las acciones cometidas. Para Concha (La conciencia…, p.1, CIC 1780[1]) la conciencia “remite espontáneamente, a la asunción del yo por el sí mismo en un acto de reflexión”, es decir, que a través de la reflexión el yo (la profundidad del ser persona) se va configurando.

El Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes, reconoce esta característica al indicar que:

“En lo hondo de la conciencia, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, a la cual debe obedecer y cuya voz suena oportunamente en los oídos de su corazón, invitándole a amar y obrar el bien y a evitar el mal: haz tal cosa, evita tal otra”. (GS 16)

La conciencia, por lo tanto, no se encuentra fuera del ser humano. Para GS 16 no corresponde a una especie de eco de la sociedad, sino que es en la persona, en su individualidad y unidad de cuerpo y alma (GS 14) que se encuentra dirigida hacia la plenitud, donde se encuentra la ley a la cual debe obedecer. A continuación el documento conciliar señala que la “conciencia es como un núcleo recóndito, como un sagrario dentro del hombre” en la cual se escucha la voz de Dios y que le da a conocer la ley que Dios ha puesto en el ser humano.

La ley (natural) es, pues, como una inscripción puesta por Dios en el corazón del ser humano. La existencia de la ley natural y de la conciencia sobrepasa los límites de la actitud beata o contemplativa[2]. Por el contrario, la religiosidad no es condición sine que non para la existencia de la conciencia, pero sí, claro está, para poder establecer la relacionar de ésta con una (La) voluntad superior.

Al respecto, Pablo en la Carta a los Romanos nos dice que “los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley inscrita en el corazón, atestiguándolo su conciencia” (Rom 2, 14-15). La conciencia (syneidesis) capacita para poder orientar la existencia hacia un destino concreto y para valorar la propia conducta. La ley a la que hace mención, por su parte, no se encuentra escrita y es anterior y superior a todo tipo de derecho, siendo revelada dentro de la propia conciencia.

Este carácter sagrado de la conciencia ha ido determinando la existencia de derechos en torno a ella, por lo que cualquier acto que devenga en una negación de tales prerrogativas se considera como un atentado a la persona y en especial a su autonomía[3].

“todos los hombres han de estar inmunes de coacción (…) de tal manera que (…) ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.” (DH 2)

La libertad es, entonces, un antecedente de primer orden al momento de referirnos a la conciencia. La superación de la primacía de la autoridad por sobre la libertad del individuo (y su conciencia) supuso un gran cambio a partir del Concilio Vaticano II[4]. Ahora bien, este traspaso desde el campo de la autoridad a la de la conciencia individual puede hacer inclinar la balanza hacia un subjetivismo exagerado que coloque toda definición (y, por consiguiente, acto) moral como infalible.

El subjetivismo nos coloca ante la posibilidad de la no existencia de una (la) verdad única, y, en consecuencia, tampoco podría hablarse de alguna ley natural. A partir de este razonamiento la oposición de primacía de la conciencia individual y Verdad y Ley Natural pone en el tapete cuestiones tan importantes como son tanto la posibilidad así como el sentido mismo de la convivencia social.

Volviendo a la idea anterior, la primacía de la libertad del ser humano al momento de decidir su comportamiento resulta clave en la nueva forma de entender la relación del individuo con su entorno y la ley de Dios: “La libertad del hombre y la ley de Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente” (VS 17), es más, quien es guiado por el amor encuentra en la ley de Dios el fundamento de su actuar, no quedándose en las exigencias mínimas, sino ir más allá[5], hasta su misma plenificación.

El Concilio Vaticano II insiste en que la verdadera libertad ha sido dada por Dios al indicar que ella

“es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Pues quiso Dios ‘dejar al hombre en manos de su propia decisión’ (cf. Si 15, 14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y feliz perfección” (GS 11)

de tal modo que la ley de Dios y la libertad humana están llamadas a compenetrarse (VS 41) de manera que el ser humano sea libre en y para el Amor de Dios


[1]La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad (‘sindéresis’), su aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado.” (CIC 1780)

[2] La conciencia se presenta en el acto (antes, durante y después).

[3] Además de un atentado a Dios mismo. Al respecto, el carácter de pecado que tiene el no respeto a la conciencia no se reduce a una falta de amor hacia el prójimo, sino que es además una ofensa a la libertad que Dios ha dado al ser humano, imagen y semejanza del Creador.

[4] Este cambio también supone una diferencia en la forma de entender el catolicismo. (Ratzinger, 2005, 135)

[5] Al respecto, considero que es la Revelación de Jesucristo la que permite al ser humano ir más allá de los mínimos exigidos. La ética de la radicalidad del amor (Mt 22, 35-40; Jn 15, 13) que propone Jesucristo es fuente que urge y que debería alimentar a todo cristiano. El amor a Cristo no es sólo el amor del Pesebre, sino también el amor de la Cruz y de la Tumba Vacía, es decir no sólo de la adoración, sino también de la Muerte que redime y de la Resurrección que vivifica y da sentido a todo.

Los métodos Histórico Críticos Clásicos

Pentateuco
Hola, después de tanto tiempo. Aquí les presento un breve trabajo sobre los métodos de análisis de Documentos de la Biblia. Para que sea más fácil, lo he dividido en partes. Ojalá que les sea interesante (ah, y disculpen las faltas de ortografía y de redacción…se hace lo que se puede…)

LOS MÉTODOS HISTÓRICO-CRÍTICOS CLÁSICOS. BREVE HISTORIA.
Introducción

El Antiguo Testamento (AT), y en especial el Pentateuco, han sido objeto de gran estudio, los cuales, a su vez, han dado paso a diferentes métodos de estudio los cuales han sido utilizados para el estudio de otros textos pertenecientes a la Biblia. Estos métodos responden a una particularidad: “cada época tiene su propia manera de leer la Biblia” , sus propias preguntas y necesidades, de manera que su aparición y características responden a las corrientes intelectuales y descubrimientos naturales a cada época. Más allá de sus condicionamientos histórico-sociales, resulta importante conocer los diferentes métodos de estudio utilizados para poder acercarnos al Pentateuco, más aún cuando cada uno de ellos hace hincapié en aspectos particulares.
El presente texto busca revisar los diversos métodos de análisis del llamado período histórico-crítico clásico, resaltando aquellos elementos que considero importantes de cada uno de ellos. Para eso se guiará a través de una exposición cronológica, indicando autores y realizando comentarios pertinentes a cada método, siempre considerando cómo el contexto de cada época influye en los autores..
Al considerar los métodos de estudio bíblico de puede realizar la división en dos etapas principales: Los estudios histórico-críticos clásicos y los estudios histórico-críticos recientes . En el caso de los estudios histórico-críticos clásicos destacan dos momentos: La Crítica Literaria y la Crítica de la Formas y de la Tradición. En ellos me centraré en este trabajo
Los estudios histórico-críticos centran principalmente su trabajo en el proceso de formación de los textos, valiéndose para ello de criterios científicos tal cual como se realizaba en el estudio de los restantes textos antiguos. Este proceso se debe al surgimiento de un movimiento importantísimo: el Renacimiento.
El Renacimiento, con su “redescubrimiento de la antigüedad clásica, el humanismo y el gusto por la filología y las lenguas originales” originan un cambio importante en la forma de acercarse a los textos bíblicos, considerando más su carácter de antiguo que de inspirado. Otro elemento importante fue el creciente conocimiento de la Biblia en las lenguas originales, hecho impulsado por las diferentes versiones de la Biblia que fueron apareciendo.
En este ambiente, Richard Simon, sacerdote oratoniano experto en lenguas semíticas, surge como uno de los primeros en realizar un estudio histórico-crítico. En ellos resalta la existencia de duplicados, cambios en el estilo, entre otros elementos dentro del Pentateuco. Simon tiene la impresión de que Moisés no escribió el Pentateuco , reconociendo en su trabajo la existencia de fuentes y adiciones externas, probablemente realizadas entre la muerte de Moisés y el tiempo de Esdras, transmitiéndose de generación en generación.

Hasta aquí la primera parte. Pronto haré entrega de la segunda parte. Que estén bien.Pentateuco

¿El Dios de los cristianos es realmente el Dios cristiano?

Esta pregunta debe, a mi punto de vista, entenderse de dos maneras.   La primera es saber si realmente el Dios que profesan los cristianos, esto es, dogmáticamente, es el Dios que cree por la fe.   La segunda manera  de comprenderlo es saber si el Dios que profesan los cristianos es realmente el Dios que viven los cristianos.   La primera comprensión de la pregunta apunta a aspectos teológicos y a la revelación; la segunda a sus implicancias en la vida práctica de los creyentes.

 En consideración a estas dos dimensiones es que me abriré paso entre preguntas que se me proponen.

 En cuanto de qué manera podemos responder afirmativamente a esta pregunta, y relacionándolo con la primera dimensión de esta, creo que tiene que partir por una revisión de la conceptualización de Dios que tenemos, esto es, a que nos referimos cuando (teológicamente) nos referimos a Dios.   Es la encarnación del Logos en Jesús lo que nos abre las puertas para el conocimiento de Dios como Trinidad y por lo tanto en ella hemos de fijar nuestros ojos para poder (re)comprender el profundo misterio de la realidad (el Ser) de Dios.  Es la revelación de Jesús lo que posibilita el conocimiento de Dios más allá de las fronteras que la fe judaica tiene de Dios.  

Por eso que al hablar de Dios tenemos que referirnos al Dios de Jesucristo, un Dios que nos es presentado como Padre.   La novedad de Dios como Padre presentada por el Hijo permite acercarnos a la verdadera realidad de Dios.     Y es cuando Jesús mismo quien envía al Espíritu de Vida como Consolador que se abre la posibilidad de una nueva comprensión de la ‘naturaleza’ de Dios.

En este sentido, el Dios cristiano en cuanto comprendido a partir de la Autorevelación de Dios mismo en Jesús[1] se sitúa como partida y llegada de toda reflexión teológica.   El Dios Económico es el Dios Inmanente en tanto que Conocido.   El Dios cristiano, luego, se nos presenta como Misterio que se revela en la historia de la salvación, con lo cual el Dios que Jesús nos comunica es el Dios pero no completamente.   En Jesús, Dios se presenta plenamente pero no totalmente, es decir, no es todo Dios el que se comunica, pero sí Dios pleno.   En este sentido, y sólo en este, el ser humano queda en un segundo plano de la Revelación por que no interviene directamente en ella.   Y es así, en cuanto la Revelación es gracia.   Pero por otra parte Dios supone al ser humano y obra en virtud a sus posibilidades.

Es aquí que el Dios que se comunica en Jesucristo, el Dios de Jesucristo, es Dios Pleno pero no Total.   

En un sentido más práctico, sin embargo, pareciera que el Dios cristiano no es Pleno sino Difuso.   La cotidianeidad nos muestra cómo el Dios Jesucristo no es vivido a plenitud.   Si teológicamente el Dios de los Cristianos puede acercarse a ser el Dios Cristiano, es en el desenvolvimiento de los cristianos en la vida misma que pareciera que el Dios Cristiano se oculta.   La sacramentalidad, la oración o hasta la estética sitúan a Dios siempre en la perspectiva de Dios Padre o de Jesucristo, y minimamente en la persona del Espíritu Santo.   Incluso abre la pregunta de si el Dios Cristiano, la Trinidad, tiene algún tipo de importancia en la conformación de nuestra vida misma.

Las prevenciones que debemos tener al afirmar que el Dios de los Cristianos es el Dios Cristiano es no olvidar desde donde surge la noción de este Dios Trinidad. La inculturación es un aspecto que no debe dejar de ser considerado para poder referirse a Dios.  

Si bien Dios se hace presente en forma plena con Jesucristo, su presencia en la creación ha sido importante pero sutil.   La noción de Semillas del Verbo nos abre al reconocimiento de la permanente presencia de Dios en la historia humana. Por lo mismo resulta interesante abrirse a considerar las subjetividades de la historia misma para comprender la verdadera ‘naturaleza’ de Dios.   Si bien Dios es la Verdad, las ambigüedades históricas abren la posibilidad de un desconocimiento de la totalidad de la verdad que nos trae Jesús.  

Para la confesión eclesial tiene profundas implicancias.   Si bien puede existir claridad en cuanto los conceptos y las ideas referentes a Dios, la búsqueda de la verdad acerca de Dios abre las puertas a nuevas verdades sobre el mismo.   No se trata aquí de olvidar repentinamente las verdades que hemos conocido sobre Dios Trinidad y reemplazarlas por otras nuevas, lo cual podría tener como consecuencias que nos permitiríamos señalar que las verdades que descubrimos de Dios no son más que verdades provisorias posibles de ser sustituidas, y sabemos por fe que la Revelación en Jesucristo es la de Dios mismo. 

Otra consecuencia que la fe en el Dios Cristiano y su identidad con el Dios de los Cristianos trae para la confesión eclesial es abrirse a la pluralidad de Dios Uno y Trino.   Si bien Vaticano II da importantes aportes a las diferencias culturales y sus posibilidades de descubrir a Dios, pareciera que aún vivimos encerrados en cierto eclesiocentrismo europeizante que no da suficiente valor a las diversas manifestaciones.  

De esta manera, el creer en un Dios Uno y Trino debe permitir redescubrir las riquezas ad extra y ad intra de la Iglesia que le ayuden a encontrar continuamente a Dios mismo presente en la historia y ‘oculto’ por ella.

Este reconocimiento abre las puertas para una mejor manera de comprender cómo articular el mundo en vía al Reino de Dios, considerando que este está abierto como don a toda la humanidad.   Es Cristo pues quien invita al Reino a la humanidad toda, de manera que el Espíritu como Amor de Dios es para que toda la creación pueda acceder al Don del Reino.    Esta abertura debe pues hacerse en consideración del valor  de la diversidad por cuanto el Dios Cristiano es para todos en tanto Trino.   Pero ojo, esta abertura a la totalidad de la creación como parte y partícipes del Reino que Ya Está pero Todavía Más no puede realizarse plenamente sin la presencia del Dios de los Cristianos.   En este sentido el Dios Cristiano (la Trinidad Inmanente, en tanto, Revelación no entendida acabadamente pero subyacente en la confesión de Fe) no ‘bastaría’ para realizar esto si no es con el concurso del Dios de los Cristianos (la Trinidad Económica, entendiendo, claro está, que los cristianos entiendan la Trinidad Económica en perspectiva de la Revelación ya comprendida y explicitada en la confesión de Fe).   Con lo que he dicho no quiero separar a Dios Trino en dos entidades medianamente relacionadas de las cuales la Económica es la ligazón con la creación.   Quiero decir que el Dios de los Cristianos es la fuente que permite conocer el plan de Dios siempre considerando que es aquello que conocemos de Dios Inmanente. 

Pero no sólo tiene un carácter ‘a futuro’, sino que el mismo conocimiento de Dios permite descubrir cómo es la creación.  

Jesucristo nos reveló que Dios es Trinidad en comunidad, y a partir de lo mismo podemos descubrir en la creación que aquella Comunidad Divina se expresa.   La pluralidad del mundo, la diversidad de concepciones de ser humano, la familia como imagen de la relación divina, etc., asoman como muestras de la pluralidad de Dios mismo.   Pero a la vez la posibilidad de vida en aquella diversidad nos indica la existencia de una unidad en tal situación.

Los desafíos son pues la apertura a la misma pluralidad sin olvidar la importancia de la Revelación en Jesucristo.   Es un desafío que se nos impone a quienes profesamos la fe en el Dios Trino aceptar la diferencia y complementariedad sin olvidar el valor que la revelación en Jesucristo entrega como plenitud de la apertura de Dios a la Humanidad y a la Creación Toda.

Es, por lo tanto, descubrir la presencia de Dios en el mundo sin olvidar la presencia plena de el mismo en el mensaje revelado.